Una nueva educación para los niños…
Fue en el 2020 en cuarentena estricta que le enseñé a mi hija Bella a leer y a escribir. Ella iba a Primer grado en una escuela de educación tradicional. Ahí tomé conciencia de la importancia de los padres en la educación de los hijos, la cual hasta ese momento yo la había delegado totalmente a la institución. Y no, los padres necesitamos tener un rol activo, porque ellos son el futuro de este mundo, entre otras cosas.
Empecé a observar a los niños uniformados, cuando son seres distintos, con gustos e intereses diferentes, ¿por qué debían vestirse todos iguales? ¿Por qué no dejarlos expresarse a través de su vestimenta también? Después me hizo ruido la cantidad de horas sentados en un aula con cuatro paredes, repitiendo hasta memorizar los contenidos. La presión de pasar al frente a ser evaluados y que los puntúen en algo que quizás nunca les interesó aprender. Si yo de adulto elijo en qué interesarme y qué información retener, ¿por qué a ellos les exigen saber todo por igual? ¿Qué necesidad de transmitir tanta información que hoy está siempre disponible en Internet para todos?
Ahí entendí que debíamos educar más en los valores y en las emociones y cómo gestionarlas, en el espíritu, en los diferentes cuerpos que tiene una persona. Entendí que la naturaleza era una fuente de aprendizaje completísima y que experimentar los conocimientos a través de ella era lo más sano y atractivo para cualquier niño, y también para un adulto. Dejar de repetir para memorizar y pasar a vivenciar los conocimientos a través del movimiento del cuerpo, del trazo de las formas, del juego con los materiales nobles, las rondas, los ritmos, el canto y los cuentos con imágenes… todo era un mundo de ensueño para aprender.
Era hora de cambiar a un sistema educativo en el que el niño fuera el centro y que su abordaje fuera integral (mente, espíritu, alma y cuerpo). Busqué opciones en las que los valores volvieran a ser parte fundamental del programa educativo. Que se respetara a cada niño con sus tiempos de aprendizaje, sus intereses, su facilidad por cierto contenido o sus dificultades académicas o sociales. Que se potenciara la capacidad o el talento innato de cada uno. Todo eso lo encontré en la pedagogía Waldorf, parte de la ciencia antroposófica. Es una de las formas de educación alternativa que ofrecen algunas escuelas donde yo vivo.
Allí encontramos una belleza hipnotizante para aprender el contenido escolar, un entorno con detalles cuidados, unas maestras que ponen todo su ser en la educación de los pequeños, toda una comunidad educativa (incluidos los padres) que tiene como objetivo priorizar al niño y cuidar su mayor tesoro que es su infancia.
Si algo bueno tuvo la pandemia fue este hermoso cambio de sistema educativo y de comunidad. Fue un cambio difícil hacia algo totalmente desconocido, pero nos trajo tantos beneficios que se lo recomendaría a cualquier padre. Mis hijos disfrutan ir a la escuela y aprender, no lo ven como una obligación. Nunca quieren faltar a clases o perderse el encuentro con su maestra y sus compañeros. Comen meriendas sanas, se llenan de barro en el arenero, juegan bajo la lluvia, crean con arcilla, tocan la flauta, pintan con ceras, aprenden las operaciones con imágenes. Imposible aburrirse. Ojalá todos los niños pudieran acceder a este tipo de educación...
Noel Giacobone - Mamá consciente y dedicada