Alquimista Espiritual

Atrevete a milonguear tu vida…

Hoy tengo 43 años… cierro los ojos y me veo a los 18 emprendiendo (sin saberlo) un camino que me llevaría irremediablemente a la esencia de mi ser.

Había terminado el colegio secundario, quería irme de la ciudad donde vivía a estudiar en la universidad, pero la situación económica hizo que me quedara un tiempo más a trabajar. Estaba triste de no poder elegir hacer algo que me gustara, desconectada de mí misma, enojada con la situación, frustrada… Fue mi mamá quien me propuso un día, de la nada, que fuera a ver a tal lado que daban clases de tango. Cosas extrañas que trae la vida: no tengo registro mental de haberle dicho que me encantaba el tango, ni a ella ni a nadie… no recuerdo haberlo escuchado en casa, capaz lo mencioné… Mis abuelos nunca lo escucharon (menos bailarlo), mis padres tampoco…

Algo había en ese género que me calaba hondo y profundo en mi ser, y me desconcertaba… Exacerbaba una melancolía, una añoranza, un penar que no sabía ni de dónde venían, porque no había vivido hasta ese joven entonces nada triste, ni trágico, ni grave que pudiera hacerme empatizar con esa música que, en la mayoría de los casos, apela a sentimientos más oscuros y pesados que otra cosa… Las letras del tango son fabulosas, poesía exquisita, pero vienen de corazones y vivencias que suelen contar historias de dolor, desamor, soledad… Y ahí estaba yo, que escuchaba un tango y se me piantaba inevitablemente un lagrimón. Hoy sé, a esta edad, cuánto de todo eso hubo en el pasado familiar y posiblemente en algún pasado de mi alma que recobra vigor (aún hoy) al son del bandoneón…

Allá fui nomás, a tomar clases de tango y me encontré con que todo eso fluía en mí tan naturalmente como antes me había pasado con los idiomas y el patinaje… cosas que ni sé por qué, pero me llamaban a gritos… y mi alma las reconocía sin dudar, como de algún lado, de algún tiempo. No sé cuántos meses habré ido a clases ni cuánto habré aprendido, pero me sacudió, me espabiló, me sacó del bajón, la chatura emocional, la desesperanza de un pasar los días sin pena ni gloria… Con los años, eso se repitió. Ya más grande, ya había logrado partir de casa, mudarme de ciudad, ir a la universidad (a estudiar un idioma, desde ya)… y volví a buscar esa magia que a nada se igualaba. Volví a tomar clases, en otra ciudad, en otro tiempo… La misma sensación de plenitud, felicidad, conexión, vibrar al máximo, sentir a más no poder… Clases grupales, clases particulares, zapatos nuevos… ¡¡¡Milongas!!!… el mundo del tango se me despertaba cada vez más intenso, más fascinante, más atrapante, más imposible de negar y postergar…

Los años y la vida siguieron transcurriendo… ya recibida de mi carrera profesional en un idioma, ahora en otra ciudad, habiendo formado una familia, trabajando a toda máquina, me encontraba haciendo cosas nuevas, diferentes, hermosas… pero escuchaba un tango y se me estrujaba el pecho sin piedad. Qué añoranza, qué ganas de bailar, qué ganas de sentir eso una y mil millones de veces más… Qué inexplicable, qué inigualable, qué bendición poder saber que existe algo así… Por muchos baches que hubiera, vueltas del camino, experiencias diversas en mi vida, nada se comparaba a esa sensación.

Y volví, siempre, una y otra vez, todas las veces que pude, como pude, cuando pude… porque ahí me siento yo, única, mía, total, absoluta… porque si me viene de otras vidas o de la nada, porque si es cuestión de destino o de fe, porque sea como sea ni siquiera sé explicarlo ni me importa… qué más da, poder sentirme tan viva por conectarme desde allí es indudablemente un regalo infinito. Pasaré por este mundo así, milongueándome la vida todo lo que pueda. Y desde allí espero poder inspirar a mis hijos y a otros a encontrar su música, su tango, su milonga…. Su propio ser, su propio ritmo, aquello que los haga vibrar como nada más… eso que hace que la vida no se pase, se ¡BAILE!

Todos tenemos ese algo latente o develado que nos conecta con nosotros mismos, no importa a qué edad ni en qué momento de la vida nos resuene esa voz, es responsabilidad de cada uno escucharla y seguirla, hacerse cargo de que la felicidad personal es una tarea posible y bien vale querer alcanzarla…

ocean

Yamila Fernández - Tanguera de alma y corazón